
Los seres humanos somos caracterizados y catalogados por la Zoología evolutiva como la única especie animal que piensa sabiamente, pero la Filosofía añade que somos también los únicos animales capaces de enseñar a lo que no saben. Coherentemente, los sociólogos concluyen que hasta somos competentes de aprender unos de otros por ósmosis social y los psicólogos afirman que cada cual aprende a aprender por sí mismo, con autonomía. Características mentales, evolutivamente tan potentes, son ciertas y exclusivas del fenómeno humano. Hasta el punto que somos los únicos animales sociales con capacidad de actuar como docentes educadores de la propia descendencia, generación tras generación creando información y cultura, en definitiva transmitir civismo, educación, conocimiento y sabiduría a las sucesivas generaciones. Por desgracia, también, en algunos casos puede ser todo lo contrario… el antídoto de la formación del pensamiento crítico es fundamental para elegir en un sentido u otro.
Los padres como educadores docentes natos e instintivos de sus retoños, no tienen por qué ser docentes expertos en enseñar, pero sí son educadores naturales en hacer que sus vástagos aprendan, poco a poco, y bien hermanados y asesorados por educadores docentes expertos en enseñar a que hijos y sus alumnos aprendan a aprender en cada una de las etapas del Sistema Educativo formal: maternal o Infantil desde los 9 meses de gestación hasta los 6 años, Primaria de 7 a 12 años, Secundaria obligatoria de 13 a 16 años, Bachillerato y/o Formación Profesional de 17-18 años… y que pueden acabar perfilando su futura dedicación al trabajo profesional de ciudadanos adultos.
La neurociencia contemporánea considera la etapa materna e Infantil como la más delicada y determinista porque es la etapa cuando el genoma se traduce en el desarrollo fisiológico del cerebro funcional con el mayor incremento de neuronas y de conexiones entre las dendritas del cuerpo neuronal de las mismas. Pero reconoce que las cuatro etapas se solapan e interactúan en la evolución del ciclo de la evolución de cada persona, desde la infancia hasta juventud adulta, con las correspondientes metas a conseguir en el proceso evolutivo en cada una de ellas. Cualquier problemática mal resuelta en alguna de las etapas a la que corresponde solucionar se amplifica y complica hasta hacerse irreversible y cada vez más difícil hallar soluciones en etapas posteriores.
Las grandes metas en educación cívica y formación cultural de cada persona forman un todo integrado que se continúan y entremezclan sin interrupción y de manera ascendente en calidad y en complejidad. Ahora bien, atendiendo a los ritmos o peculiaridades de la evolución personal en el tiempo de cada alumno, los padres y el equipo de educador docente pueden intervenir para aconsejar lo más conveniente en cada caso… Por ejemplo, un momento delicado es el paso a los 12 años del último ciclo de Primaria a la ESO, porque todavía los alumnos son muy infantiles, pero están a punto de entrar en la adolescencia. Y es el momento de resolver algunas problemáticas no resueltas, por ejemplo repitiendo algún curso. Ya que, en el caso de pasar forzados a la etapa Secundaria, se acumulan y deterioran tanto que las posibles soluciones se hacen más difíciles y aumentan los frentes a superar que suelen generar actitudes de impotencia que acaban en fracasos o abandonos.
Otro problema complejo, éste de tipo académico, y que debe resolverse también antes de pasar de Primaria a la ESO es cuando la herramienta lectora es baja en rendimiento sea por la lentitud, o bien por la comprensión en la lectura. Los niños/as que pasan a Secundaria sin dominar bien la técnica de la compresión lectora, o bien no respetando los signos de puntuación y rechazando la lectura voluntaria, tienen muchas posibilidades de quedar marginados por problemas colaterales de timidez, miedo al fracaso, brotes de agresividad… e in-adaptación social. Todo lo cual es un lastre para iniciarse y conseguir las metas o hacer los deberes propios de la adolescencia en la etapa siguiente de la ESO, de los 13 a los 17 años. Edades de por sí más complejas y con objetivos educativos y formativos importantes y determinantes para conseguir confianza en sí mismos y afianzar la autonomía e independencia, en el sentido de responsabilidad adulta en alcanzar objetivos de vida propios de la edad, como escarcear el sexo llegando a armonizar la pasión hormonal adolescente con el amor mental más adulto para conseguir parejas estables, tener hijos… y en fin, ganarse la vida.
Compartimos la opinión, con muchos expertos educadores docentes, expresada por el filósofo y profesor docente José A. Marina que, en algunas de sus publicaciones y tertulias públicas hace la denuncia: Si admitimos que los adolescentes y jóvenes no son responsables hasta los 25 años, es porque no se lo hemos exigido cuando tocaba. Y hasta admite la corresponsabilidad familiar, social y de los profesionales y centros docentes cuando a la pregunta: ¿Por qué a los 25 años muchos de nuestros jóvenes no son responsables?, da la respuesta aproximada siguiente: Porque con el mejor deseo de ayudar a los adolescentes y jóvenes, hemos creado un paradigma social engañoso que en vez de ayudarlos les estamos haciendo polvo, puesto que no les permitimos evolucionar de manera natural en autonomía y exigencia responsables, de manera que pasan los años pero no llegan a dar la talla de personas adultas por un exceso de proteccionismo familiar, social y educativo.